Pro Francisco

Papa:

Papa:

(José M. Vidal).- En la audiencia de los miércoles en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco ensalza
el papel de la mujer en la historia del cristianismo, glosando la
figura de María Magdalena, la "primera apóstol de la mayor esperanza".
La que anuncia la Resurrección a los apóstoles, el sueño de Dios que
transforma el mundo y a cada persona, "hisrtoria de amor que Dios
escribe eb esta tierra".


Del Evangelio de Juan: 'Dice Jesús a María Magdalena: 'Mujer,
¿por qué lloras? ¿A quién buscas?' Ella, tomándolo por el
hortelano...Jesús le dice: 'María'. Ella se vuelve y le dice:
'Rabbuni'(Maestro)Jesús le dice: 'No me retengas, que todavía no he
subido al Padre, pero anda, vete a mis hermanos'...María fue a anunciar a
los discípulos: 'He visto al Señor'"


Algunas frases de la catequesis del Papa


"Reflexión, que se mueve en la orbita dle misterio pascual"


"La primera en llegar es ella: María Magdalena..."


"No era una mujer de fácil entusiasmo"


"Su primer anuncio no es de la Resurrección, sino de un robo"


"En un segundo viaje de la Magdalena hacia el sepulcro del Jesús"


"¡Qué bello pensar que la primera aparición del Resucitado haya acontecido de una forma tan personal!"


"Hay alguien que nos conoce, que ve nuestra desilusión, se conmueve por nosotros y nos llama por nuestro nombre"


"Es Dios el que se preocupa por nuestra vida...y nos llama por nuestro nomnbre"


"Toda persona es una historia de amor que Dios escribe en esta tierra"


"Cada uno de nosotros es una historia de amor de Dios"


"Nos llama por nuestro propio nombre, nos llama, nos espèra, nos perdona, tiene paciencia con nosotros, nos ama"


"La resurrección no es una alegría por cuentagotas, sino una cascada que llena toda la vida"


"Levántate, porque he venido a liberarte"


"Nuestro Dios -me permito la palabra- es un soñador: sueña la
transformación del mundo y la ha realizado en el misterio de la
Resurrección"


"Aquella mujer se convierte en apóstola de la mayor esperanza"


"En la hora del llanto, escuchar a Jesús Resucitado, que nos llama por nuestro nombre"


"He cambiado de vida, porque he visto al Señor. He cambiado,
porque he visto al Señor. Ésta es nuestra fuerza y ésta es nuestra
esperanza".





Texto completo de la catequesis del Papa Francisco


«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!


En estas semanas, nuestra reflexión se mueve, por decir así, en la
órbita del misterio pascual. Hoy, encontramos a aquella que, según los
Evangelios, fue la primera en ver a Jesús Resucitado: María Magdalena.
Acababa de terminar el descanso del sábado. El día de la pasión no había
habido tiempo para completar los ritos fúnebres; por ello, en ese
amanecer lleno de tristeza, las mujeres van a la tumba de Jesús, con los
ungüentos perfumados. La primera que llega es ella: María de Magdala,
una de las discípulas que habían acompañado a Jesús desde Galilea,
poniéndose al servicio de la Iglesia naciente. En su camino hacia el
sepulcro, se refleja la fidelidad de tantas mujeres, que durante años
acuden con devoción a los cementerios, recordando a alguien que ya no
está. Los lazos más auténticos no se quiebran ni siquiera con la muerte:
hay quien sigue amando, aunque la persona amada se haya ido para
siempre.




El Evangelio (cfr Jn 20, 1-2-11-18) describe a la Magdalena
subrayando enseguida que no era una mujer que se entusiasmaba con
facilidad. En efecto, después de la primera visita al sepulcro, vuelve
desilusionada al lugar donde los discípulos se escondían; refiere que la
piedra ha sido movida de la entrada del sepulcro y su primera hipótesis
es la más sencilla que se pueda formular: alguien debe haberse llevado
el cuerpo de Jesús. Así, el primer anuncio que María lleva no es el de
la resurrección, sino el de un robo que algunos desconocidos han
perpetrado, mientras toda Jerusalén dormía.


Luego, los Evangelios cuentan otra ida de la Magdalena al sepulcro
de Jesús. Era una testaruda ésta, ¿eh? Fue, volvió... y no, no se
convencía...Esta vez su paso es lento, muy pesado. María sufre
doblemente: ante todo por la muerte de Jesús, y luego por la
inexplicable desaparición de su cuerpo.


Es mientras está inclinada cerca de la tumba, con los ojos llenos
de lágrimas, cuando Dios la sorprende de la manera más inesperada. El
evangelista Juan subraya cuán persistente es su ceguera: no se da cuenta
de la presencia de los dos ángeles que la interrogan y ni siquiera
sospecha viendo al hombre a sus espaldas, creyendo que era el guardián
del jardín. Y, sin embargo, descubre el acontecimiento más sobrecogedor
de la historia humana cuando finalmente es llamada por su nombre:
¡«María!» (v. 16)


¡Qué lindo es pensar que la primera aparición del Resucitado -
según los evangelios - fue de una forma tan personal! Que hay alguien
que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y desilusión, que se conmueve
por nosotros, y nos llama por nuestro nombre. Es una ley que
encontramos grabada en muchas páginas del Evangelio. Alrededor de Jesús
hay tantas personas que buscan a Dios; pero la realidad más prodigiosa
es que, mucho antes, es ante todo Dios el que se preocupa por nuestra
vida, que quiere volverla a levantar, y para hacer esto nos llama por
nuestro nombre, reconociendo el rostro personal de cada uno. Cada hombre
es una historia de amor que Dios escribe en esta tierra. Cada uno de
nosotros es una historia de amor de Dios. A cada uno de nosotros, Dios
nos llama por nuestro nombre: nos conoce por nombre, nos mira, nos
espera, nos perdona, tiene paciencia con nosotros. ¿Es verdad o no es
verdad? Cada uno de nosotros tiene esta experiencia.


Y Jesús la llama: «¡María!»: la revolución de su vida, la
revolución destinada a transformar la existencia de todo hombre y de
toda mujer, comienza con un nombre que resuena en el jardín del sepulcro
vació. Los Evangelios nos describen la felicidad de María: la
resurrección de Jesús n es una alegría dada con cuentagotas, sino una
cascada que arrolla toda la vida. La existencia cristiana no está
entretejida con felicidades blandas, sino con oleadas que lo arrollan
todo. Intenten pensar también ustedes, en este instante, con el bagaje
de desilusiones y derrotas que cada uno de nosotros lleva en el corazón,
que hay un Dios cercano a nosotros, que nos llama por nuestro nombre y
nos dice: «¡Levántate, deja de llorar, porque he venido a liberarte!».
Esto es muy bello.


Jesús no es uno que se adapta al mundo, tolerando que perduren la
muerte, la tristeza, el odio, la destrucción moral de las personas...
Nuestro Dios no es inerte, sino que nuestro Dios - me permito la palabra
- es un soñador: sueña la transformación del mundo y la ha realizado en
el misterio de la Resurrección.


María quisiera abrazar a su Señor, pero Él ya está orientado hacia
el Padre celeste, mientras que ella es enviada a llevar el anuncio a
los hermanos. Y así aquella mujer, que antes de encontrar a Jesús estaba
en manos del maligno (cfr Lc 8,2), ahora se ha vuelto apóstol de la
nueva y mayor esperanza. Que su intercesión nos ayude a vivir también
nosotros esa experiencia: en la hora del llanto, en la hora del
abandono, escuchar a Jesús Resucitado que nos llama por nombre y, con el
corazón lleno de alegría, ir a anunciar: «¡He visto al Señor!». ¡He
cambiado vida porque he visto al Señor! Ahora soy diferente a como era
antes, soy otra persona. He cambiado porque he visto al Señor. Ésta es
nuestra fortaleza y ésta es nuestra esperanza. Gracias»


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