El Papa denuncia que
(José M. Vidal).- Una vez más, en la catequesis de la audiencia de los miércoles, el Papa Francisco
arremetió contra los "poderosos que, por acumular dinero, explotan a la
gente" y contra "los políticos corruptos, que quieren más, más y
siempre más". Asegura que la riqueza y el poder son buenas, si se ponen
al servicio del bien común. De lo contrario "se transforman en
instrumentos de corrupción y de muerte".
Lectura del primer libro de los Reyes, el pasaje de la viña de Nabot, en tiempos del Rey Acab.
Algunas frases de la catequesis del Papa
"Proseguimos las catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura"
"Se habla de los poderosos y de su arrogancia"
"La riqueza y el poder son realidades que pueden ser buenas y
útiles al bien común, si están colocadas al servicio del pobre y de
todos, con justicia y caridad"
"Si son vividas como privilegios, con egoísmo y prepotencia, se transforman en instrumentos de corrupción y de muerte"
"La tierra es sagrada, porque es un don del Señor"
"La maldad que hay detrás de la esposa del Rey"
"Pone el acento sobre el poder del Rey"
"Un poder que ella considera absoluto"
"San Ambrosio escribió un pequeño libro sobre este episodio. Se
llama 'Nabot'. Léanlo en este tiempo de Cuaresma. Muy bello y muy
concreto"
"Jesús dijo: el que quiera ser grande entre vosotros será vuestro servidor"
"Si se pierde la dimensión del servicio, el poder se transforma en arrogancia y se convierte en dominio y explotación"
"La reina decide eliminar a Nabot"
"Muerto Nabot, el Rey puede aduelarse de su viña"
"Esta es una historia también de hoy, de los poderosos, que por
tener más dinero explotan a la gente. Es la historia de la trata de
personas, del trabajo esclavo, de la pobre gente que trabaja en negro y
por lo mínimo, para enriquecer a los potentes. Es la historia de los
políticos corruptos que quieren más, más y siempre más"
"La sed de poder se convierte en avaricia"
"El profeta Isaías no era comunista, eh"
"Dios es más grande que la maldad y el juego sucio de los seres humanos"
"Dios ve este crimen y llama alcorazón de Acab"
"El Rey se humilla y pide perdón"
"¡Qué bonito sería que los poderosos explotadores de hoy hiciesen lo mismo!"
"El Señor acepta su arrepentimiento"
"Pero el mal deja sus huellas dolorosas y la historia de los hombres lleva sus heridas"
"La misericordia es la vía maestra que puede curar las heridas y cambiar la historia"
"la misericordia divina es más fuerte que los pecados de los hombres"
"Jesucristo es un Rey que da la vida"
"Con su cercanía y ternura, Cristo lleva a los pecadores al
espacio de la gracia y del perdón. Y ésta es la misericordia de Dios.
Gracias"
Texto del saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis presentamos la
historia de Nabot que nos muestra al poder y la autoridad que pierden
su dimensión de servicio y de misericordia. El rey Ajab quiere comprar
la viña de Nabot por conveniencia personal. Nabot se niega, porque para
Israel la tierra es de Dios, prenda de su bendición, y se debe custodiar
y trasmitir a la siguiente generación. Ajab se enfurece por no haber
satisfecho su deseo. La reina Jezabel usará su poder para matar a Nabot y
así quedarse con la viña.
Qué lejos está esto de la palabra de Jesús que dice: «Quien quiera
ser el primero... sea el servidor de todos» (Mc 9,35). Sin la dimensión
del servicio, el poder se convierte en arrogancia y opresión. Si no hay
justicia, misericordia y respeto a la vida, la autoridad se queda en
mera codicia, que destruye a los demás en su afán de poseer. Pero la
misericordia puede vencer el pecado. Dios envía a Elías para que
amoneste al rey y se arrepienta.
Con todo, el mal causado dejará una herida que tendrá
consecuencias en la historia. Sólo Jesús puede sanar estas heridas y
cambiar la historia, pues desde el trono de la cruz, el verdadero rey
sale a nuestro encuentro, vence el pecado y la muerte, y nos da la vida.
***
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los
grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que el ejemplo de Jesús
transforme nuestra concepción de poder para que siempre vivamos nuestra
responsabilidad como un servicio, en el que manifestar su misericordia a
los demás.
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Proseguimos las catequesis sobre la misericordia en la Sagrada
Escritura. En diversos pasajes se habla de los potentes, de los reyes,
de los hombres que están "en lo alto", y también de su arrogancia y de
sus prepotencias. La riqueza y el poder son realidades que pueden ser
buenas y útiles al bien común, si son puestos al servicio de los pobres y
de todos, con justicia y caridad. Pero, como muchas veces sucede, si
son vividas como privilegio, con egoísmo y prepotencia, se transforman
en instrumentos de corrupción y de muerte. Es cuanto sucede en el
episodio de la viña de Nabot, descrito en el Primer Libro de los Reyes,
capítulo 21, sobre el cual hoy nos detenemos.
En este texto se narra que el rey de Israel, Ajab, quiere comprar
la viña de un hombre de nombre Nabot, porque esta viña confina con el
palacio real. La propuesta parece legítima, incluso generosa, pero en
Israel las propiedades agrícolas eran consideradas casi inalienables. De
hecho, el Libro del Levítico prescribe: «La tierra no podrá venderse
definitivamente, porque la tierra es mía, y ustedes son para mí como
extranjeros y huéspedes» (Lev 25,23). La tierra es sagrada, porque es un
don del Señor, que como tal va cuidada y conservada, en cuanto signo de
la bendición divina que pasa de generación en generación y garantía de
dignidad para todos. Se comprende entonces la respuesta negativa de
Nabot al rey: «¡El Señor me libre de cederte la herencia de mis padres!»
(1 Re 21,3).
El rey Ajab reacciona ante este rechazo con amargura e
indignación. Se siente ofendido - él es el rey, el potente -, disminuido
en su autoridad de soberano, y frustrado por la posibilidad de
satisfacer su deseo de posesión. Viéndolo así abatido, su mujer Jezabel,
una reina pagana que había difundido los cultos idolátricos y mandaba
asesinar a los profetas del Señor (Cfr. 1 Re 18,4) - ¡no era fea, era
malvada! -, decide intervenir. Las palabras con las cuales se dirige al
rey son muy significativas. Escuchen la maldad que está detrás de esta
mujer: «¿Así ejerces tú la realeza sobre Israel? ¡Levántate, come y
alégrate! ¡Yo te daré la viña de Nabot, el israelita!» (v. 7). Ella pone
énfasis en el prestigio y el poder del rey, que, según su modo de
vivir, es puesto en discusión por el rechazo de Nabot. Un poder que ella
en cambio considera absoluto, y por el cual todo deseo se convierte en
orden. El gran San Ambrosio ha escrito en un pequeño libro sobre este
episodio. Se llama "Nabot". Nos hará bien leerlo en este tiempo de
Cuaresma. Es muy bello, es muy concreto.
Jesús, recordando estas cosas, nos dice: «Ustedes saben que los
jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen
sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el
que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera
ser el primero que se haga su esclavo» (Mt 20,25-27). Si se pierde la
dimensión del servicio, el poder se transforma en arrogancia y se
convierte en dominio y atropello. Es lo que sucede en el episodio de la
viña de Nabot. Jezabel, la reina, de modo despreocupado, decide eliminar
a Nabot y pone en obra su plan. Se sirve de las apariencias mentirosas
de una legalidad perversa: envía, en nombre del rey, cartas a los
ancianos y a los importantes de la ciudad ordenando que falsos testigos
acusen públicamente a Nabot de haber maldecido a Dios y al rey, un
crimen que se castiga con la muerte. Así, muerto Nabot, el rey puede
apropiarse de su viña. Y esta no es una historia de otros tiempos, es
también historia de hoy, de los poderosos que para tener más dinero
explotan a los pobres, explotan a la gente. Es la historia de la trata
de personas, del trabajo esclavo, de la pobre gente que trabaja
clandestinamente y con el salario mínimo para enriquecer a los
poderosos. Es la historia de los políticos corruptos que quieren más y
más y más. Por esto decía que nos hará bien leer aquel libro de San
Ambrosio sobre Nabot, porque es un libro de actualidad.
Es aquí donde llega el ejercicio de la autoridad sin respeto por
la vida, sin justicia, sin misericordia. Y a esta cosa lleva la sed de
poder: se hace codicia que quiere poseer todo. Un texto del profeta
Isaías es particularmente iluminante al respecto. En ello, el Señor
advierte contra la avidez de los ricos latifundistas que quieren poseer
siempre más casas y terrenos. Y dice el profeta Isaías: «¡Ay de los que
acumulan una casa tras otra y anexionan un campo a otro, hasta no dejar
más espacio y habitar ustedes solos en medio del país!» (Is 5,8).
Y el profeta Isaías ¡no era comunista! Dios, pero, es más grande
de la maldad y de los juegos sucios hechos por los seres humanos. En su
misericordia envía al profeta Elías para ayudar a Ajab a convertirse.
Ahora giremos la página, y ¿cómo sigue la historia? Dios ve este crimen y
toca también el corazón de Ajab y el rey, puesto delante a su pecado,
entiende, se humilla y pide perdón. ¡Qué bello sería si los poderosos
explotadores de hoy hicieran lo mismo! El Señor acepta su
arrepentimiento; sin embargo, un inocente ha sido asesinado, y la culpa
cometida tendrá inevitables consecuencias. El mal realizado de hecho
deja sus huellas dolorosas, y la historia de los hombres lleva sus
heridas.
La misericordia muestra también en este caso la vía maestra que
debe ser buscada. La misericordia puede sanar las heridas y puede
cambiar la historia. ¡Abre tu corazón a la misericordia! La misericordia
divina es más fuerte del pecado de los hombres. ¡Es más fuerte, este es
el ejemplo de Ajab! Nosotros conocemos su poder, cuando recordamos la
venida del Inocente Hijo de Dios que se ha hecho hombre para destruir el
mal con su perdón. Jesucristo es el verdadero rey, pero su poder es
completamente diverso. Su trono es la cruz. Él no es un rey asesina,
sino al contrario da la vida. El dirigirse hacia todos, sobre todo a los
más débiles, derrota la soledad y el destino de muerte al cual conduce
el pecado. Jesucristo con su cercanía y ternura lleva a los pecadores en
el espacio de la gracia y del perdón. Y esta es la misericordia de
Dios.